Pedro
Abelardo
Filósofo y teólogo francés
Filósofo y teólogo francés
Nació en 1079 en Le Pallet, Nantes (Comuna francesa) en el seno de una rica familia.
Se traslada a Loches donde cursó estudios con el filósofo francés Roscelino y posteriormente en París con Guillermo de Champeaux. Se inicia como maestro en Melun, y en 1108 se traslada a París.
En el año 1117 fue tutor de Eloísa, sobrina de Fulbert, canónigo de la catedral de Notre Dame en París. Se enamoraron, y tuvieron un hijo a quien pusieron de nombre Astrolabio. Se casaron en secreto y Eloísa toma los votos sagrados en la abadía benedictina de Saint-Argenteuil. Su tío Fulbert enfurecido por la relación decidió que Abelardo tenía que abandonar a Eloísa en la abadía y castrarse. Entró en la abadía de Saint-Denis-en-France.
Su primera obra publicada es un tratado sobre la Trinidad (1121), que fue condenada y quemada por un concilio católico de Soissons en ese mismo año. Es obligado a dejar Saint-Denis-en-France y funda una capilla en Nogent-sur-Seine. En 1125 fue elegido abad del monasterio de Saint-Gildas-de-Rhuis, donde escribió su autobiográfica Historia Calamitatum (Historia de mis desventuras, 1132).
Por entonces comienza su relación epistolar con Eloísa, cartas que han llegado a ser clásicos de la correspondencia romántica. En la escuela que estableció en París, se educaron un Papa (Celestino II), diecinueve Cardenales, más de cincuenta Obispos y Arzobispos franceses, ingleses y alemanes.
En 1140 san Bernardo de Claraval, considera que sus métodos dialécticos son poco respetuosos con los dogmas de la fe, convenció al concilio católico reunido en Sens, y al papa Inocencio II, de condenarlo por sus escritos. De viaje a Roma para apelar contra la condena, aceptó la hospitalidad de Pedro el Venerable, abad de Cluny, y permaneció allí durante meses.
Pedro Abelardo falleció el 21 de abril de 1142 en un priorato cluniacense cerca de Chalon-sur-Saône.
Su cuerpo fue llevado a la Paraclete; cuando Eloísa murió en 1164 fue enterrada junto a él. En 1817 ambos cuerpos fueron trasladados a una tumba común en el cementerio de Père Lachaise, en París.
Pedro Abelardo -o Pierre Abélard- es
considerado como uno de los grandes pensadores de su época, maestro de la
dialéctica y la lógica.
Además, destacó como poeta y escritor, aunque su verdadera pasión era la elocuencia y la discusión. Su obra epistolar dirigida a su amada Eloísa es uno de los grandes testimonios medievales, recuperado durante el romanticismo.
Pedro Abelardo fue un extraordiario docente de gran fama aunque su relación con Eloísa y sus posturas religiosas y políticas le crearon numerosos enemigos y acabó siendo acusado de herejía, condenado al silencio y retirado en un monasterio.
Además, destacó como poeta y escritor, aunque su verdadera pasión era la elocuencia y la discusión. Su obra epistolar dirigida a su amada Eloísa es uno de los grandes testimonios medievales, recuperado durante el romanticismo.
Pedro Abelardo fue un extraordiario docente de gran fama aunque su relación con Eloísa y sus posturas religiosas y políticas le crearon numerosos enemigos y acabó siendo acusado de herejía, condenado al silencio y retirado en un monasterio.
Obras
Cartas de Abelardo y Eloísa (2007)
Historia calamitatum (1996)
Conócete a ti mismo (1990)
Dialogo entre un filósofo, un
judío y un cristiano (1998)
El pensamiento de
Pedro Abelardo
La duda y las reglas de la
investigación
Abelardo se preocupa por llegar al conocimiento de la verdad. Para esto enuncia el siguiente principio: “La investigación se emprende con el estímulo de la duda, y por medio de la investigación se llega al conocimiento de la verdad”. Esta fórmula general esclarece el carácter problemático del pensamiento, tanto filosófico como teológico. La duda para Pedro Abelardo no es más que el punto de partida: no es obstaculizada sino un camino hacia la investigación. Pero se trata de una duda metódica, mediante la cual hay que someter el texto examinado de un filósofo, de un padre de la Iglesia o de la escritura a un control crítico o permanente.
Abelardo se preocupa por llegar al conocimiento de la verdad. Para esto enuncia el siguiente principio: “La investigación se emprende con el estímulo de la duda, y por medio de la investigación se llega al conocimiento de la verdad”. Esta fórmula general esclarece el carácter problemático del pensamiento, tanto filosófico como teológico. La duda para Pedro Abelardo no es más que el punto de partida: no es obstaculizada sino un camino hacia la investigación. Pero se trata de una duda metódica, mediante la cual hay que someter el texto examinado de un filósofo, de un padre de la Iglesia o de la escritura a un control crítico o permanente.
Abelardo encuentra tres reglas para hacer una investigación, mediante la cual se puede llegar al conocimiento. La primera regla prescribe un análisis del significado de los términos de un texto, con todas sus implicaciones histórico-lingüísticas. Aparte de eso, Abelardo sostiene que “el entendimiento de un texto puede verse obstaculizado por el uso desacostumbrado de un término. La segunda regla prescribe la comprobación de la autenticidad del escrito tanto en lo que concierne al autor como en las eventuales corrupciones e interpolaciones textuales. Y La tercera regla indica que el examen crítico de los textos dudosos se lleve a cabo haciendo referencia a los textos auténticos como elementos de comparación y se tengan en cuenta las eventuales retracciones y correcciones.
Abelardo invita a no renunciar
jamás a la investigación crítica, sin embargo no vacila en subrayar los límites
de nuestra mente para entender con plenitud las enseñanzas de los padres o de
la Biblia.
La dialéctica y sus funciones
Abelardo distingue la dialéctica tanto de la pura habilidad discursiva como de la sofística, que constituyen una degeneración de aquella, porque pretenden explicarlo todo mediante razonamientos deficientes que incluso se puede convertir en aborrecible para los monasterios y la autoridad de la Iglesia. Pero aparte de eso la dialéctica se identifica con la lógica clásica; y por ello la dialéctica ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso.
La dialéctica y sus funciones
Abelardo distingue la dialéctica tanto de la pura habilidad discursiva como de la sofística, que constituyen una degeneración de aquella, porque pretenden explicarlo todo mediante razonamientos deficientes que incluso se puede convertir en aborrecible para los monasterios y la autoridad de la Iglesia. Pero aparte de eso la dialéctica se identifica con la lógica clásica; y por ello la dialéctica ayuda a distinguir lo verdadero de lo falso.
No seremos capaces de rechazar a
los herejes, si no sabemos refutar sus objeciones y triunfe la verdad sobre sus
falsas doctrinas dice Abelardo. La dialéctica supone y exige el análisis de los
términos del lenguaje, cuya función y significado determina. Una de las
funciones primordiales de la dialéctica consiste en el control del nexo semántico
entre los términos del discurso y la realidad designada. En este contexto
Abelardo se ocupó del problema de los universales.
Quien crea en la radical
objetividad de los universales confunde la realidad singular, y por lo tanto,
carece de control sobre sus afirmaciones. Asimismo, el que cree en los términos
universales no les corresponde ninguna clase de realidad, se ve aquejado de un
empirismo fragmentario, incapaz de superar la fase puramente descriptiva de la
realidad. Por eso Abelardo adopta un empirismo crítico según el cual “El
universal es un concepto o un discurso mental, expresado a través de un
enunciado, discurso oral, que tiene su origen en un proceso abstractivo
realizado por el entendimiento que, genera intelección de las cosas y que en instituciones
ha sido vinculado con la función de significar el status común de una
pluralidad de sujetos. Por lo tanto, los universales no son conceptos vanos y
falsos o fórmulas verbales vacías sino categorías lógico-lingüísticas válidas,
que median entre el mundo del pensamiento y el mundo del ser.
La “ratio” y su papel en la teología
Al cultivar la dialéctica, Abelardo ha querido cultivar la ratio. La dialéctica es una especie de instrumento o lugar de la conciencia crítica acerca de tesis o de enunciados que no se acogen debido sólo a la autoridad del que los propone, sino también basándose en una toma de conciencia de su contenido y de los argumentos aducidos en su favor.
La “ratio” y su papel en la teología
Al cultivar la dialéctica, Abelardo ha querido cultivar la ratio. La dialéctica es una especie de instrumento o lugar de la conciencia crítica acerca de tesis o de enunciados que no se acogen debido sólo a la autoridad del que los propone, sino también basándose en una toma de conciencia de su contenido y de los argumentos aducidos en su favor.
La razón dialéctica es la razón
crítica o razón que se interroga continuamente o razón en cuanto búsqueda. Para
Abelardo, entre el pensamiento humano y el Logos divino se coloca la ratio
crítica. El objetivo de Abelardo es proponer algo verosímil, accesible a la
razón humana y no contrario a la sagrada escritura. Por tanto, el
perfeccionamiento de la razón finaliza en lo verosímil del razonamiento de
divinis, pretendiendo llegar a un conocimiento aproximativo análogo, sin
aspirar para nada agotar su contenido.
A pesar de ser consciente de la
limitaciones de la razón, Abelardo considera necesaria la indagación crítico
racional para ser que los enunciados cristianos se vuelvan accesibles de algún
modo a la razón humana y para que en ningún caso sean considerados como
absurdos. Después de esto dice que la ratio resulta indispensable para la
inteligibilidad, pero no para la comprensión de las verdades cristianas. El
intelligere es una acción conjunta de la ratio y de la fides, mientras que el comprehenderé
es un don de Dios que concede a los hombres dóciles a su gracia.
Los principios fundamentales de la ética
Abelardo también se ocupa de la ética y aquí sostiene que la conciencia es el centro de la irradiación de la vida moral que brota de la intentió o consensus animi. Este es el factor primario y el fundamento de la vida moral, y también lo que sirve para calificar las acciones como buenas o malas. Abelardo dice que no puede llamarse pecado al deseo de hacer lo que no es lícito, sino más bien al consentir a la voluntad y al deseo. Asimismo distingue el plano de los instintos del plano de lo consiente y racional. El primero, está constituido por los impulsos, los deseos naturales, es previo a la moral. El segundo, constituido por la iniciativa del sujeto y por lo tanto por sus intenciones y propósitos, es el propiamente moral. Por eso, “no es pecado desear una mujer, sino consentir ese deseo y la concupiscencia, no es pecado la unión sexual sino que es y se condena el consentimiento al deseo”.
Los principios fundamentales de la ética
Abelardo también se ocupa de la ética y aquí sostiene que la conciencia es el centro de la irradiación de la vida moral que brota de la intentió o consensus animi. Este es el factor primario y el fundamento de la vida moral, y también lo que sirve para calificar las acciones como buenas o malas. Abelardo dice que no puede llamarse pecado al deseo de hacer lo que no es lícito, sino más bien al consentir a la voluntad y al deseo. Asimismo distingue el plano de los instintos del plano de lo consiente y racional. El primero, está constituido por los impulsos, los deseos naturales, es previo a la moral. El segundo, constituido por la iniciativa del sujeto y por lo tanto por sus intenciones y propósitos, es el propiamente moral. Por eso, “no es pecado desear una mujer, sino consentir ese deseo y la concupiscencia, no es pecado la unión sexual sino que es y se condena el consentimiento al deseo”.
La acentuación del elemento como
factor determinante de la vida moral, posee para Abelardo un triple objetivo.
El primero consiste en la necesidad de interiorizar la vida moral que a su
parecer reside en el alma en cuyo interior, antes de que se patentice en actos
específicos, se lleva a cabo en el bien o en el mal. El segundo, es la
convicción de que nuestro cuerpo no se haya estructuralmente corrompido por la
concupiscencia, ni está revestido por la inevitable presencia del mal, del cual
habría que liberarse a través del menosprecio de la vida terrenal. Las estructuras
corpóreas, las inclinaciones o pasiones humanas no son pecaminosas de por sí
sino como consecuencia de una adhesión voluntaria a sus solicitaciones. El
tercero, es el de oponerse a la extendida costumbre tanto entonces como ahora
de emitir juicios fáciles y perentorios sobre la vida del prójimo, sin tratar
de conocer cuáles son sus fines y sus propósitos. Abelardo dice que los hombres
juzgan acerca de lo que se manifiesta y no de lo que se les oculta, sin tener
en cuenta tanto el reato de la culpa como el efecto de la acción. Sólo Dios
examina la culpa con juicio perfecto
Fe y Razón en Pedro
Abelardo
Pedro Abelardo filósofo
escolástico “sometió a un examen preciso la relación “ratio” y “fides.” Para la
comprensión de ambas, se debe tener en cuenta la afirmación que hizo Abelardo
sobre la razón como aquella que permite al hombre “comprender lo que dice y
puede explicar su fe racionalmente, juzgarla y distinguirla de su
desfiguración”, es decir, que tenga la facultad de distinguir lo verdadero de
lo falso; y por lo tanto pueda interiorizarla. Es una fe
que necesita sólo de un esfuerzo racional comprensible.
En este sentido, Abelardo valora
la razón como “medio de la posibilidad, en sí limitada, de la
exposición de la fe.” Utiliza la dialéctica como medio para enseñar a
discernir las causas que inducen el comportamiento de los hombres (sea bueno o
malo), lo que significa que la fe depende únicamente de la actitud
voluntaria del hombre y del empleo que éste le dé a los recursos dialecticos
para la exposición y la elucidación de los misterios de la fe.
Ahora bien, abordando
nuevamente la fe se puede decir de ésta que por ser algo que proviene del
interior de cada ser humano no puede comunicarse porque es algo indecible, es
un impulso hacia Dios, un impulso del alma y del cuerpo por creer en algo
que no es inteligible para nuestros sentidos. De aquí
que las dos funciones de la razón sean “llevar al creyente al
“intellectus” y la de defender hacia afuera contra los no creyentes y herejes
la “fides christiana.” Por consiguiente, desde Pedro Abelardo no se puede
hablar de una separación entre fe y razón porque es necesaria la razón para
defender y exponer la fe.
CRITICA
“la razón permite al hombre
comprender lo que dice y puede explicar su fe racionalmente, juzgarla y
distinguirla de su desfiguración”
Una mirada a la historia nos
permite observar lo transcendental que ha sido para el ser humano tener fe.
Ciertamente la fe es un fenómeno universal sea cual sea el dios que se venere.
El que aplica la fe de forma virtuosa es el que está en
camino de ser sabio, porque sabe cómo cumplir con los objetivos que le han
marcado y que él mismo está conforme y profundamente convencido de ello.
Solo que el mayor error de esta descripción, es que FE, no solo puede existir en los cristianos, porque la fe es una virtud que significa confiar en algo, porque cualquiera puede tener fe sobre algo diferente a Dios Por eso su importancia, su expresión y sus consecuencias son distintas, según los pueblos. Para sintetizar la expresión hemos tomado como referente a PEDRO ABELARDO, por el empleo exagerado que le da a la explicación racional de la fe, al manifestar que el hombre necesita hacer un reconocimiento racional de la fe para que no actué por simple tradición. Por estas razones es verdad que existe un conflicto entre estas posturas respecto al objeto de conocimiento. Pero ¿qué sería del género humano sin la ciencia y la fe? Un mundo de pura ciencia robotizaría la vida social y los paradigmas no existirían; un mundo de pura fe, se reduciría a la creencia en puros mitos. Por lo tanto no hay que ser ortodoxos en cuanto al conflicto entre ellas, tanto la ciencia como la religión cumplen en nuestro mundo un objetivo determinado: una la comprobación de hechos para el progreso humano y la otra, la integridad del ser humano con una esperanza mejor de vida.
Solo que el mayor error de esta descripción, es que FE, no solo puede existir en los cristianos, porque la fe es una virtud que significa confiar en algo, porque cualquiera puede tener fe sobre algo diferente a Dios Por eso su importancia, su expresión y sus consecuencias son distintas, según los pueblos. Para sintetizar la expresión hemos tomado como referente a PEDRO ABELARDO, por el empleo exagerado que le da a la explicación racional de la fe, al manifestar que el hombre necesita hacer un reconocimiento racional de la fe para que no actué por simple tradición. Por estas razones es verdad que existe un conflicto entre estas posturas respecto al objeto de conocimiento. Pero ¿qué sería del género humano sin la ciencia y la fe? Un mundo de pura ciencia robotizaría la vida social y los paradigmas no existirían; un mundo de pura fe, se reduciría a la creencia en puros mitos. Por lo tanto no hay que ser ortodoxos en cuanto al conflicto entre ellas, tanto la ciencia como la religión cumplen en nuestro mundo un objetivo determinado: una la comprobación de hechos para el progreso humano y la otra, la integridad del ser humano con una esperanza mejor de vida.
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